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martes, julio 04, 2017

la cuarta revolución industrial opinión de Jesse Hirsh



Jesse Hirsh, investigador de la tecnología digital cognitiva en la Universidad de Ryerson


Tengo 42 años: suficientes para haberme perdido muchas maneras de hacerme rico con internet. Vivo en Toronto. La expulsión de vecinos por plataformas digitales de vivienda y el turismo masivo no sólo pasa en Barcelona, sino en todo el mundo.

LLUÍS AMIGUET


04/07/2017 01:18

El dilema del cruce


Un coche sin conductor llega a un cruce y un niño lo atraviesa por sorpresa en la carrera: ya no puede frenar, pero podría esquivarlo de un volantazo... si una anciana no caminara por el otro lado del carril Por el de sentido contrario se acerca un camión: ¿a quién salvará: al crío, a la anciana o a su pasajero? Lo decidirá el programador de la inteligencia artificial de ese vehículo, pero ¿cuál comprará usted, el que los salva a el loso el que opta por usted? Hirsh analiza dilemas como el del cruce, porque ya no son teóricos, sino el día a día de los ingenieros de los coches autónomos. Aún parecen una realidad lejana, advierte, como todas las innovaciones digitales cuando están a punto de convertirse en cotidianas.


Espero que no le haya afectado la huelga de taxis.



En todo caso, los taxistas lo van a pasar peor que yo.


También hacen huelga estos días los repartidores de comida de una plataforma digital.


Porque cobran una miseria sin ninguna garantía ni derecho. Ni siquiera llegan a ver a sus empleadores. Es una explotación feudal.


Un amo sin rostro, pero con mucha cara.


Vivimos una revolución global, acelerada y despiadada. Además de Uber, Airbnb está vampirizando la vivienda ciudad a ciudad; Amazon, el comercio; y Google y Facebook, los contenidos. Y otras plataformas globales, todos los sectores, por ejemplo la banca, a punto de masificarse para liquidar empleos.


¿No es inevitable destrucción creativa?


De momento, es destrucción de empleos y sectores enteros y de la protección de los trabajadores y de sus derechos y pensiones.


Destruyen, pero crean otros empleos.


Los que ofrecen son de peor calidad que los que destruyen, porque estas plataformas deslocalizadas suelen eludir las obligaciones que los empleadores locales sí se ven obligados a cumplir. Y además eluden impuestos.


¿Qué se puede hacer?


Lo que ya ha empezado a hacer Bruselas, pero tarde y poco: hay que obligar a todas esas plataformas de la mal llamada economía colaborativa a cumplir las leyes que ya obedecen todas las empresas europeas: laborales, fiscales y de protección del consumidor.


¿Por qué no se les aplica la Sherman Act y demás legislación antimonopolio?





Google, Facebook y Amazon ya son hoy los monopolios más poderosos de la historia con el mayor valor bursátil que jamás ha tenido empresa alguna y un poder omnímodo.


Por eso deberían desmontarlos.


No se engañe: ha sido EE.UU., el propio Gobierno federal, el que los ha ayudado a ser lo que son hoy con montañas de dinero público, subvenciones, exenciones fiscales y apoyo diplomático y logístico.


¿Por qué?


Porque son el brazo neocolonial del poder americano. Hemos celebrado internet, un descubrimiento del ejército de EE.UU., como el advenimiento de más democracia y de una economía participativa, cuando el resultado es que las plusvalías se van a California y a aumentar el poder estadounidense. No es la tecnología la que impone su ley. Es la política neocolonial.


ATT fue dividida en 1982 porque Washington la consideró un monopolio.


Las leyes antimonopolio protegían a los ciudadanos del abuso de las megacorporaciones; pregúntese ahora por qué han dejado de aplicarse si cualquiera de ellas es mucho más grande, rica y potente que ATT, una mera unión de telefónicas al fin y al cabo.


La ciudadanía aún es benevolente con esas compañías, porque abaratan su vida.


Y los políticos europeos o han sido comprados o aún viven en la inopia tecnooptimista. Cuando les pregunto cómo van a regular Facebook, aún responden: “Pero si es estupendo y gratis”. Y ahora va a retransmitir la Champions arrebatando empleos cada vez más deprisa a las televisiones europeas que sí los creaban.


La digitalización te obliga a correr mucho para no moverte del mismo sitio.


Es lo que llaman la gran curva del aprendizaje en internet. Y deja marginada a muchísima gente, que es incapaz de seguirla. En resumen, nos encontramos en una situación muy parecida a la irrupción de los telares mecánicos en Manchester... Y yo no soy un ludita. Estoy a favor de la tecnología, pero también de regularla.


Al final el mundo se adaptó y progresó.


Pero a costa de un enorme sufrimiento, injusticias, guerras y revoluciones sangrientas. La tecnología debe usarse para hacernos más humanos o debe regularse. Y tenemos el poder y la capacidad de decidirlo.


¿Cómo?


Ustedes se quejan de la masificación turística de Barcelona y de cómo Airbnb está distorsionando el mercado de un bien básico como es la vivienda expulsando a los residentes que no pueden pagar su precio y enriqueciendo a quienes especulan con ella.


¿No proporciona también ingresos a familias que no los tenían?


Eso podría hacerse con plataformas digitales locales y reguladas. Pero lo que pasa no sólo aquí, en Barcelona, sino en todo el planeta es que una oligarquía tecnológica de California localiza ciudades y se abalanza sobre ellos con sus algoritmos y sin ningún respeto por las leyes e impuestos locales, chupa todo su valor local, sean dinero o datos, y lo envía a EE.UU.


El Ayuntamiento de Barcelona intenta reaccionar con nueva normativa...


Es un paso en la buena dirección, pero sólo la Unión Europea puede frenar a esos monopolios y salvar de la precarización nuestras viviendas, empleos y vidas. Si no los obligamos a cumplir nuestras leyes, nos convertirán en neoproletarios de su paleocapitalismo digital.


Por ejemplo.


En Toronto, muchos vecinos están siendo desahuciados, porque ya no pueden pagar los alquileres que se han disparado por el auge de Airbnb y otras plataformas. Muchos tienen empleos en la nueva economía digital, pero no les permiten vivir donde vivían cuando tenían empleos de los de antes.

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