La aparente tintorería, situada en pleno Eixample izquierdo, tras cuyas cortinas se esconde un restaurante de diseño, con la cocina vista y la posibilidad de rematar las cenas con una copa final. Se suele acceder con reserva previa o con la huella digital tomada a los ya clientes. Foto: XAVIER GONZÁLEZ
Dentro de pocas semanas, usted podrá entrar en una tienda de suvenires con hambre, haciendo caso omiso de los sombreros de mexicano a la venta, junto al paseo de Gràcia. O entrar en una peluquería sin pensar en su cabeza, sino en su estómago. Son las nuevas propuestas que ultima el grupo Urban Secrets, tras aplicar con éxito la fórmula de restaurante oculto tras lo que parece una tintorería también en pleno Eixample, desde el pasado año. Su aparición y sus planes en la ciudad confirman el auge de los restaurantes clandestinos, donde nada es lo que parece. No son ilegales ni hay que temer por las digestiones. Al contrario, en muchos de los casos en la trastienda les avala un gran chef, para que la experiencia sea más gastronómica que anecdótica. Por fuera, una puerta anónima o un falso negocio hacen que solo los clientes con reserva sepan dónde se dirigen.
Los lugares escondidos para cenar o comer no son nuevos en Barcelona. El empresario Javier de las Muelas ya rompió moldes en la ciudad en el 2002 con su Speakeasy, en el almacén de la coctelería Dry Martini, y con contraseña para poder acceder a su selecta propuesta. Pero en los últimos dos años han ido apareciendo distintos formatos más o menos singulares y con el denominador común de fusionar la cocina con otra actividad. El mismo auge vive el fenómeno en grandes urbes como París, Madrid, Berlín y Londres.
LAVAR ROPA / La tintorería Dontell (de don’t tell, no lo digas) es un ejemplo del concepto llevado a la máxima expresión. A partir de una base gastronómica, crean un disfraz para que el local forme parte solo de un circuito de clientes que lo promocionan por el boca a oreja y desarrollan la sensación de un secreto compartido, cuenta Christian Rodríguez, director general del grupo. En la puerta, un letrero avisa de que tras el mostrador no hay nadie porque están lavando ropa. Y el comensal tiene que tener reserva, ir enviado por otro cliente, o estar fichado (con la huella digital que deja el primer día junto a una dirección de e-mail). Hasta ahora funciona con éxito, sobre todo de noche. Pero en breve funcionará también como forma de acceso a otros locales escondidos. La huella depositada en el Dontell será la que permita una incursión a las tapas y platillos que servirán tras una peluquería y una tienda de recuerdos que abrirán en breve y que hasta hace poco albergaban a conocidos restaurantes. Las direcciones son secretas, aunque la pista se encuentra en internet. El próximo año el grupo inversor planea ocho establecimientos más.
Otros solo buscan un cierto equívoco. En el paseo de Gràcia, lo que esconde la aparente «pescadería moderna» Fishop, en el acceso al Bulevar Rosa, es una gran barra de sushi. Pero desde hace unos meses un pasillo da paso a un íntimo restaurante.
Los objetivos de los empresarios suelen ser crear un secretismo y un trato más personalizado, hacer partícipe al cliente de un cierto misterio que le lleve a descubrir el lugar a otros amigos y, sobre todo, diferenciarse de la inacabable oferta de restauración de Barcelona. Algunos nacen de la mano de una oferta más al uso, para dar una segunda opción al cliente de confianza. Es el caso del Dopo, junto a la pizzería Saltimbocca (en Les Corts) pero con una propuesta más íntima de la mano de Guillem Vicente y solo para los ya conocidos, con acceso a través de un vistoso pasillo tras una puerta que en la calle nadie tomaría por la de un negocio.
También, tras la apertura del Bar Mut, Kim Díaz se ha atrevido a proponer hace poco un auténtico clandestino ubicado en una vivienda del que no se pueden hacer fotos ni hablar demasiado (rompería sus leyes del juego y sus ansias de elegir y mimar a sus comensales). Como privado es el Espai Il·lusió, también un un piso, donde los hermanos Torres (en los fogones del restaurante Dos Cielos) convierten una cena en el privilegio de unos pocos.
Más accesible, previa llamada al móvil de sus artífices o por su web, es el Kokun, en su piso de Gràcia, donde Xavi Manero (cocinero profesional) y Montse (economista) ejercen de anfitriones para un grupo de 8 a 14 personas (juntos o no). Las reservas se hacen con antelación porque la pareja solo abre su casa y muestra la habilidad del chef con la cocina vasco-catalana una noche a la semana. «Hay que hacerlo muy bien y solo podemos ofrecerlo undía», explica Montse, ya que ambos tienen su empleo. Acabada la cena, recuperan su hogar.
PATRICIA CASTÁN
BARCELONA El Periódico
PATRICIA CASTÁN
BARCELONA El Periódico
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