La Pedrera está preciosa. Eso es un hecho. Durante el
invierno pasado se decidió remozar la calle principal, pavimentar,
dejar espacio al peatón y sembrar farolas y palmeras como para que este
balneario agreste de la costa de Rocha estuviera en condiciones de
recibir al verano. También hubo un acuerdo, el año pasado, en el
complejo entramado de los intereses de las fuerzas vivas y las
autoridades como para que el tradicional carnaval no los tomara por
sorpresa. Funcionó muy bien y todo el mundo tuvo la fiesta en paz. Este
año se seguirá por el mismo camino.
Las expectativas de los
comerciantes, sin embargo, son muy cautas, como es tradición en toda la
costa desde el principio de los tiempos. Las trabas a los argentinos –el
70% de la clientela local– complican el panorama, en una conducta
cíclica y perversa.
Lo curioso es que todo se compensa de alguna
manera. Si hay menos argentinos, también es cierto que está lleno de
brasileños. Normalmente se irán antes de Reyes, pero durante la primera
quincena de enero las cosas van a estar bien. Después “habrá que
pelearla”, según opinión de Valentina Arrospide, quien junto a su
hermana está al frente de la inmobiliaria La Pedrera, una empresa
familiar que tiene tres décadas de vida.
Arrospide es hija del
hombre que inventó el pueblo, el responsable de los primeros
fraccionamientos, hace 45 años, y del proyecto Barrancas de La Pedrera.
La década de 1970 atrajo sobre todo a argentinos de muy buen poder
adquisitivo para crear un refugio en una costa oceánica privilegiada,
con dos playas muy diferentes a ambos lados del acantilado central.
Desde
entonces hay una tensión entre progreso e identidad que es una de las
tradiciones del pueblo. Porque La Pedrera no puede ser un destino de
turismo masivo. No lo tolera la infraestructura ni la historia, ni los
propios comerciantes. Pero tiene que acomodarse a las exigencias de la
gente que llega. Gente que espera tranquilidad y no busca aire
acondicionado ni cama king size, pero quiere variedad de restaurantes y a
veces hasta quiere conocer Punta del Diablo y Cabo Polonio.
Hay
una especie de consenso entre los comerciantes en cuanto a que se está
logrando un equilibrio. En un momento, que tuvo su clímax en 2006,
pareció que el balneario colapsaba ante la demanda de turismo de
adolescentes y veinteañeros y discos instaladas en la ruta. Después
pareció que el carnaval iba a manchar para siempre uno de los lugares
más tranquilos, amables y seguros de la costa. No pasó ninguna de las
dos cosas. Ahora los comerciantes lamentan las trabas que le impone
Argentina a los suyos, pero saben que es un ciclo más entre tantas altas
y bajas. “A mí me da pena por ellos, que les encanta venir acá y se las
están complicando tanto”, dice Fernanda Cortinas, dueña de Perillán, en
la esquina de la principal y la rambla, al borde de ese acantilado
deslumbrante, tal vez uno de los lugares más lindos de la costa
uruguaya.
La recomendación de los lugareños es que la gente venga
en febrero, que va a encontrar un balneario más sosegado una vez pasada
la fiebre de enero. Las playas de arena fina y el agua bien fría, unos
20 grados menos que la temperatura del aire, van a estar acá.
ColorLos
últimos días de 2013 y los primeros de 2014 se vivieron como fiesta
constante, cada día con un calor que pedía mar y cada noche espléndida,
como para salir a caminar y elegir un restaurante para cenar. Y después,
todavía, la hora de los más jóvenes en el ruido del Centro. La
temporada no será todo lo buena que ha sido en el quinquenio 2008-2012,
pero los que están lo están pasando muy bien.
Es el caso de Juan
(25) que llegó de Buenos Aires con dos amigos y estaban a punto de
fumarse un porro en la rambla cuando fueron abordados por El Observador:
“Esto está bueno, es agreste, es salvaje”. Juan es un conocedor de La
Pedrera, pero casi ni se había fijado en el maquillaje de la Principal,
sino que apreciaba las ventajas de siempre: “Bellas playas y hermosas
chicas”.
El cambio que sí le interesaba era el de una ley
reciente del Estado uruguayo: “Esto que estamos haciendo ahora, ¿es
legal o no? Se le explicó que el consumo ya estaba despenalizado pero no
la compra, y que, en todo caso la marihuana paraguaya iba a seguir
siendo ilegal, pero que había que reglamentar la ley para saber cómo iba
a funcionar, y que, ahora mismo, parecería que lo legal es plantar, si
es que no se plantaba demasiado. No entendió nada, por supuesto, pero le
pareció que estaba todo bien y que: “Si las flores salen buenas me
nacionalizo uruguayo”.
Cortinas cuenta que llegan muchos al
restaurante a preguntar por marihuana, como si La Pedrera tuviera esos
coffee shops que hicieron famosa a Ámsterdam. La respuesta, por las
dudas, es no, por ahora no tiene nada que ver con Ámsterdam.
Hay algunos comerciantes, pocos, que trabajan todo el año. Es el caso
de Don Rómulo, ubicado en la zona caliente de la Principal. Abre todos
los días del año, menos los miércoles, fuera de temporada. Su dueño es
otro Arrospide, Marco, y sigue la tradición de su familia en cuanto a
ser embanderado del desarrollo de La Pedrera. Tiene 39 años y hace 13
que tiene el boliche, que anda muy bien. Junto con La P (tradicional,
aunque solo de verano) y Delapanza (en su tercera temporada) encabezan
la lista de preferencias locales del sitio TripAdvisor, la web basada en
los comentarios de los turistas.
Marco Arrospide dice que hay
“buenas señales” como para que La Pedrera se afiance a un ritmo
aceptable. Encuentra mucho mejor disposición de parte de las autoridades
municipales y un mayor entendimiento entre los locales, además de una
mayor vocación por los servicios turísticos de parte de los rochenses,
en general.
Él siente que sería ideal que los comercios
funcionaran todo el año, que estuvieran comprometidos con el lugar, que
no cerraran todos en marzo y gastaran sus ganancias en otro lado.
Entiende que la oferta gastronómica es muy variada, pero que “falta
variedad de comercios nuevos”.
Arrospide aboga por un “turismo
social, responsable y sustentable”, algo “que le dé laburo a la gente de
acá”. También aclara que para asumir ese compromiso: “Tenés que tener
el alma en esto; si no estás galvanizado anímicamente, marchás”.
Zelmira
Arias y Marco Bonino, chefs y dueños de la focaccería Delapanza,
lograron un nicho de restaurante chic y rústico, en una construcción de
adobe y techo de paja, aunque más cerca de la ruta que de la playa.
Hasta ahí se acerca mucho europeo, brasileños y argentinos, claro, que
sortean todas las dificultades posibles.
Bonino dice que está muy
a gusto en el lugar y que la clientela es de muy buen nivel. Ha abierto
algunos fines de semana en invierno, pero todavía no está preparado
como para dar el salto hacia un compromiso de año entero.
Los
precios del balneario se han mantenido, incluso en algún caso han bajado
con respecto a la temporada pasada. Y la calidad del aire, de la arena y
del mar se mantienen intactas.